viernes, 2 de abril de 2021

Una reflexión sobre la muerte

Supongamos que en este mismo momento me muero. Ya. Ahora. De un infarto, de un ACV, de una neumonía… pónganle el motivo que quieran: me muero. ¿Qué será entonces de mi memoria con respecto a los demás, la famosa “memoria social” cuando ya no pise este mundo?

¿Me recordarán como alguien querido? ¿Cómo alguien amado? ¿Cómo alguien que no merecía fallecer tan joven? La incertidumbre me invade cuando pienso en estas cosas… ¿Cuántas personas serían capaces de derramar lágrimas por mí, cuando en lo que va de mi vida jamás las he derramado por ningún otro ser cercano en la misma situación?

¿Seré responsable indirecto de muchos duelos sin elaborar? ¿De mis padres, de mi pareja, de mi terapeuta, de mis amigos…? ¿Serán capaces de soltarme en algún momento de sus mentes cuando ya no exista desde lo real? ¿Cómo será el que me tengan que recordar como un símbolo, como un rastro de recuerdos que eventualmente se van a ir evaporando con el tiempo?

¿Habré dejado una impronta, aunque sea mínima, en todos aquellos que les significo algo en su vida? ¿Qué fue lo que dejé hasta ahora como legado en aquellos que más quiero? ¿Dejarán un legado en mí aquellos que eventualmente partan antes que yo? ¿Cómo voy a ser capaz de sobrellevar algo así? ¿Será porque todavía no habrá fallecido alguien lo bastante significativo como para sentir con más intensidad ese momento en el que caigo que, tarde o temprano, me va a pasar a mí en algún momento?

Lo único que sé (y de lo que puedo estar conforme) es que a pesar de que me quedan muchas cosas por hacer en esta vida, si algo llega a pasarme en este preciso momento, puedo tener la conciencia tranquila de que todos los pasos que di hasta hoy fueron los correctos. Mis pasos correctos, los que yo considero más adecuados.

Tengo fuertes intenciones de abrazar la incertidumbre en toda su inmensidad. Y estoy seguro de que ella va a responderme ese abrazo…

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