En un principio creí que estábamos perdidos, que no teníamos conciencia de
nuestras capacidades, que no las entendíamos ni nos interesaba: unos simples
jóvenes despreocupados de asuntos más profundos.
Algunos pensaban lo mismo, encarnizados en una lucha que nunca existió. La
verdadera lucha era contra nosotros mismos, contra nuestros propios fantasmas.
Yo, sobre todo, estaba en la incertidumbre. Temeroso ante un
futuro incierto. Pero lo que no me daba cuenta, es que justamente nosotros somos responsables de ese futuro.
Entonces me di cuenta que ahí estaba la clave... ¿Por qué
no hacer, en cambio, algo productivo para ayudar a los nuestros, a nuestra
generación, que somos los encargados de transformar aquella visión
generalizada, de algo distópico, en algo digno y satisfactorio?
No veo la necesidad de impedir semejante tarea. Somos igual de distintos, de
diferentes lugares, con diferentes historias, y diferentes circunstancias que (por un motivo o por otro) nos terminaron uniendo a este momento. Es esa diversidad la que nos hace tan capaces
de colaborar entre todos, pero sobre todo, de ser valiosos.
Somos distintos. Somos un camino, una transformación, una construcción, una nueva esperanza. Y por fin lo entiendo con
claridad.
Por eso les pido, a los que creen que no hay salida: la hay. Y está en nosotros mismos. No estás solo. El futuro es nuestro.