miércoles, 15 de noviembre de 2017

Podrido

Llega un momento en que cuando pasan los años, de vez en cuando vas mirando a quien tenés alrededor tuyo. Y ahí es cuando te vas dando cuenta de que hay personas que ya no te significan lo mismo (ya sea porque hayan cambiado drásticamente, o simplemente porque uno mismo cambia y considera que necesita otro tipo de amigos alrededor).

En este caso particular, pasó lo segundo. De hecho, ya desde el año pasado me replanteé las amistades que tenía a mi alrededor: casi todos del secundario, y muchos de ellos (probablemente la mayoría) a esta altura del partido me doy cuenta de que no son más que unos perdedores que aprovechan la mínima excusa para desquitarse conmigo, ya sea por gastadas, ya sea por burlas, ya sea por desvalorizaciones, y atacándome con la primera cosa que tengan a mano.

Ahora que soy más grande y lo pienso en retrospectiva, me doy cuenta de que dejé pasar muchas cosas durante mucho tiempo, pensando que tal vez yo exageraba, que no me bancaba nada, que tenía que ser más tolerante, más copado, más alegre… Todo siempre yo, y los demás nada… Realmente estaba equivocado, porque el problema, en este caso, eran precisamente ellos.

Yo lo atribuyo a que, esto que hacían mis ex amigos, era porque quizá ninguno podía verme más allá del muchachito tímido y pelotudo que era cuando tenía 15 años: un perdedor insufrible que no tenía el valor para decir lo que pensaba, y mucho menos para expresar lo que le molestaba. Era como si a medida que pasaba el tiempo y yo iba madurando y conociendo gente nueva, ellos seguían contemplándome como si yo no hubiera hecho progresos conmigo mismo, ergo, como si todavía tuviera esa mentalidad adolescente.

Parte de ese crecimiento fue gracias a la universidad, donde conocí mucha gente nueva con la que entablé grandes amistades. Gente maravillosa en su mayoría, que me valoraba por lo que soy y que contemplaba mis sentimientos... Habiendo gente que me estimaba tanto, miraba de vuelta para los rezagados que habían quedado del secundario y de repente me dije: “¿Qué mierda sigo haciendo con esta gente...?”

Y entonces lo entendí: concluí que no fueron ellos los que cambiaron… ellos siempre fueron así de boludos. Simplemente me di cuenta de que no me sumaban en mi vida y que, de hecho, estuve durante años perdiendo mi tiempo con esta gente que me tomaba para el boludeo. Dicho en otras palabras: me desvalorizaba tanto a mí mismo que creía no merecer personas mejores a mi alrededor.

Finalmente, esa lamparita que me faltaba prenderse, se logró el año pasado. Los que más podrido me tenían, eran tres. Despaché al que conocía desde el secundario el año pasado (me encontré con él y le dije la posta; aceptó la ruptura sin decir nada); a otro que lo conocía desde primario le corté en seco por WhatsApp (ni lo quise ver a este último, me tenía las bolas llenas); y luego la última, una chica, que directamente no le plantee nada… simplemente me alejé y no le hablé más.

Las que realmente valían la pena del secundario, son apenas dos chicas, que siempre estuvieron y que siempre me valoraron a conciencia y sin el boludeo excesivo al que me sometían los otros. Una es enfermera y la veo principalmente en sus cumpleaños; a la otra, docente, no la veo hace mucho (debería visitarla algún día) aunque de vez en cuando hablo con ella.

Pequeñas cosas que quizá a cualquiera le costaría ver (yo no estoy exento: tardé 12 años para darme cuenta). Pero cuando te das cuenta y accionás… no importa la edad que sea ni el tiempo que haya pasado… cuando realmente te das cuenta de que hiciste BIEN lo correcto, empezás a dormir más tranquilo por las noches…