domingo, 3 de septiembre de 2017

Un camino propio

Metal Gear Rising fue un experimento que en mi opinión salió bien. Un experimento que priorizaba más la acción que el sigilo, a diferencia de sus entregas anteriores. En este caso, Snake se retira de la pantalla para dar paso a Raiden, quien es protagonista de esta entrega en la cual ocurre (según nos da a entender la trama) algunos años después de lo acontecido en Metal Gear Solid 4.


Cuando digo que es un juego que prioriza la acción, lo digo en serio. Y es que es exactamente lo contrario a sus entregas anteriores: acción bien frenética, que recuerda mucho a los juegos de aventura de antaño pero con el toque moderno que necesitaba para adaptarse al estilo actual. El resultado es BASTANTE satisfactorio, ya que permite no solo un montón de posibilidades jugables en cuanto a los ataques de Raiden, sino también enfrentarte con jefes muy poderosos, o incluso más.

Sin embargo, lo que más me llamó la atención de este juego (y que lo complementa tan bien con su jugabilidad), es su parte artística. Tanto Raiden, como todos los jefes a los que nos enfrentamos, podrían protagonizar perfectamente un animé: las batallas son realmente bizarras pero no para mal, sino para bien.


Eso sin mencionar la trama de por medio, y el permitir conocer la forma de pensar de cada uno de los personajes, del primero al último. Y como si esto fuera poco, la banda sonora pone la cerecita del postre. Los temas de cada jefe son una maravilla, porque además de que tienen letras, dichas letras relatan lo que piensa ese personaje y lo que le está pasando. Casi parece que estamos adentro de una obra musical mezclada con un estilo anime que me pareció fantástico.

Y sin lugar a dudas destaco la última pelea con el Senador Armstrong, que termina por hacer reflexionar a Raiden en cuanto a su propia lucha, sobre el camino que seguirá el resto de su vida. Todo un broche de oro para un juego que quizá dura poco, pero que ese poco es lo más frenético e intenso que hayas podido jugar.