Metal Gear Rising fue un experimento que en mi opinión salió
bien. Un experimento que priorizaba más la acción que el sigilo, a diferencia
de sus entregas anteriores. En este caso, Snake se retira de la pantalla para
dar paso a Raiden, quien es protagonista de esta entrega en la cual ocurre (según
nos da a entender la trama) algunos años después de lo acontecido en Metal Gear
Solid 4.
Cuando digo que es un juego que prioriza la acción, lo
digo en serio. Y es que es exactamente lo contrario a sus entregas anteriores:
acción bien frenética, que recuerda mucho a los juegos de aventura de antaño
pero con el toque moderno que necesitaba para adaptarse al estilo actual. El
resultado es BASTANTE satisfactorio, ya que permite no solo un montón de
posibilidades jugables en cuanto a los ataques de Raiden, sino también enfrentarte
con jefes muy poderosos, o incluso más.
Sin embargo, lo que más me llamó la atención de este
juego (y que lo complementa tan bien con su jugabilidad), es su parte
artística. Tanto Raiden, como todos los jefes a los que nos enfrentamos,
podrían protagonizar perfectamente un animé: las batallas son realmente
bizarras pero no para mal, sino para bien.
Eso sin mencionar la trama de por medio, y el permitir
conocer la forma de pensar de cada uno de los personajes, del primero al último.
Y como si esto fuera poco, la banda sonora pone la cerecita del postre. Los
temas de cada jefe son una maravilla, porque además de que tienen letras,
dichas letras relatan lo que piensa ese personaje y lo que le está pasando.
Casi parece que estamos adentro de una obra musical mezclada con un estilo
anime que me pareció fantástico.
Y sin lugar a dudas destaco la última pelea con el
Senador Armstrong, que termina por hacer reflexionar a Raiden en cuanto a su propia lucha, sobre el camino
que seguirá el resto de su vida. Todo un broche de oro para un juego que quizá
dura poco, pero que ese poco es lo más frenético e intenso que hayas podido
jugar.