sábado, 21 de agosto de 2021

Los acuerdos... esa palabra peligrosa...

Si recurrimos al diccionario, vamos a encontrarnos con la siguiente definición:

  1. Decisión sobre algo tomada en común por varias personas.
    "después de varias horas de negociación, llegaron a un acuerdo"
  2. Conformidad o armonía entre personas o aceptación de una situación, una opinión, etc.
    "viven en perfecto acuerdo"

Y en Wikipedia, para variar, nos encontramos con una definición aún más interesante:

Acuerdo es, en Derecho, la decisión tomada en común por dos o más personas, o por una junta, asamblea o tribunal. También se denomina así a un pacto, tratado, convenio, convención o resolución tomada en el seno de una institución.

Creo que, tras lo leído, queda muy claro la importancia que tiene esta palabra en nuestras vidas, ¿no? Hagan memoria… ¿cuántas veces acordaron con amigos encontrarse en determinado momento y en determinado lugar? ¿cuántas veces acordaron con familiares no hablar de política o de religión cuando se reúnen determinadas personas? ¿cuántas veces acordaron en sus trabajos un determinado horario por cuestiones de estudio? Ejemplos hay miles, y ustedes mismos estarán recordando los suyos. Lo cual quiere decir que es una palabra que atraviesa al ser humano en todo sentido, que es un ordenador de su existencia y que de alguna manera garantiza un accionar civilizado y armónico.

Ahora bien, ¿qué pasa con aquellas personas que no registran esta palabra y su gran significado? ¿qué pasa con la gente que incluso hace falsos acuerdos?

“Ay esa palabra ‘acuerdo’ es muy de fulanito”, dice mientras hace un gesto de desagrado…

Como dije en el título, algunos parecen encontrarla peligrosa esta palabra. Y hay una buena razón para ello: imagínense una persona que para su vida, la palabra “acuerdo” es simplemente algo que lo toma como un defecto de alguien y no como un valor fundamental en su vida… ¡es monstruoso! ¡La humanidad se hubiera extinto hace muchísimo tiempo! Una persona que no tiene el registro simbólico de lo que implica “hacer un acuerdo”, está condenada a la perversión.

¿Saben lo que eso significa? Que reconoce que hay normas, que SABE que están ahí, pero que va a hacer lo imposible por transgredirla y burlarse de ellas. Pero esto no es responsabilidad absoluta del transgresor, sino también responsabilidad compartida por normas DÉBILES, poco consistentes e incluso imaginarias, que te hacen creer que están ahí pero que en realidad no hay consecuencias cuando sí debería haberlas.

Dicho en otras palabras, la persona que niega el valor de un acuerdo trata de corromper el transcurso o la armonía de las relaciones humanas mediante todo tipo de artimañas como: 

  • Generar confusión entre los interlocutores. 
  • Provocar discordias donde anteriormente no las había.
  • Destruir la moral e integridad de las personas que sean “peligrosas” a sus intenciones.
  • Intentar a cualquier precio y de manera sistemática quedar como la victima de la situación, y no conforme con eso, culpar a las verdaderas víctimas de sus fechorías.

Como pueden ver, la connotación de alguien que RECHAZA los acuerdos humanos como un valor indispensable en la vida, es realmente siniestra. Y para que ese tipo de personas, que no tienen una mínima capacidad para amar o sentir algo hacia el otro, no dañen a quienes tienen alrededor, la única solución posible es tomar distancia, independientemente del tipo de vínculo que uno haya tenido.

¿Forma extrema de pensar? No. De ninguna manera. Es de hecho la opción sensata, la correcta. Porque si hubiera otra solución, precisamente se hubieran elaborado y cumplido esos acuerdos, cosa inviable para este tipo de personas. Tomar distancia es lo único que permite dar cuenta de que en la vida hay personas que no cambian nunca, que no ceden en lo absoluto. Y que en algún momento, hay que darles la espalda.

Un signo de madurez importante, antes que valorar a otros, es primero aprender a valorarte.

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