miércoles, 16 de julio de 2025

El Cerro de la Cruz

(¡Qué mejor manera de renovar el blog después de tanto tiempo que con una anécdota!)

--- ○ ---

En el viaje de egresados de Córdoba de 2004 me pasó algo muy bizarro que, hasta la fecha, si alguno de mis compañeros se reencontrara conmigo y surgiera este recuerdo, inevitablemente se burlarían de lo que me pasó allí.

Al segundo día nos tocó ir de excursión a una zona muy conocida en Carlos Paz llamada "Cerro de la Cruz". No tiene mucho misterio. El nombre lo dice todo: un gran cerro con caminos intrincados que llevan directamente hacia una cruz gigantesca. 

Eso era todo. Caminar un par de horas con mis compañeros y los cordinadores hacia la cima, para luego sacarnos una foto grupal sobre nuestra gran hazaña. Y decir que era una hazaña no era un exageración... era verano y hacía un calor infernal. Muchos estabamos con gorras y botellas de agua para amainar lo mas posible la agobiante caminata.

La cosa es que ya nos faltaba muy poco para llegar. Mientras que los coordinadores y la mayoria de mis compañeros estaban un poco mas adelantados, detrás habiamos quedado cuatro (incluído yo): 

Juan Manuel, mi mejor amigo de aquel entonces, aunque ultimamente no nos llevabamos muy bien.

Federico, otro "pseudoamigo" que a veces tenía sus días y era un boludo.

Cristian, un pesado que por algún motivo siempre tenía una excusa para fastidiarme. 

Como todos estábamos en la misma lucha, no había tiempo para tonterías y manteníamos firme nuestra marcha. 

En un determinado momento se me ocurre mirar hacia mi derecha mientras sigo caminando. Un amplio cielo azul donde se podía ver la base del cerro a miles de metros de altura. Nos habían advertido que tuvieramos cuidado con el acantilado porque un paso en falso podía ser mortal. Era una vista extraordinaria y eso le puso un poco mas de onda al asunto entre tanta grava y arena... 

Pero cuando vuelvo a mirar hacia el camino, me doy cuenta que ya no había nadie. Juan Manuel, Federico, Cristian, los chicos de más adelante, los coordinadores... ¡Estaba completamente solo! ¿Qué habia pasado para que no me haya dado cuenta de eso? ¿Tanto tiempo había pasado? Ni idea. Mi distracción me hizo entrar en pánico total y segui avanzando, ya aterrorizado. Entonces lo vi...


¡La cima estaba ahi mismo! Esa foto es un retrato idéntico de cómo vi el lugar con mis propios ojos. Supongo que no había sido tan grave después de todo... seguro que todos estaban allí. Era cuestion de acercarse y preguntar. Es lo que habría hecho cualquier chico normal, ¿no?

Pero había una cuestión: yo no era precisamente normal en aquel entonces. De hecho era bastante huevón, y eso me costó caro. Simplemente pensé que ya no estarian allí y que seguro ya habrían bajado, que estaria perdiendo el tiempo mirando por doquier y no se cuántas estupideces más... Conclusión: terminé bajando haciendo el camino inverso. Primero por mi cuenta, arriesgandome a bajar por los pequeños acantilados (una verdadera locura). Luego, preguntando a la gente (como toda persona normal, para variar) hasta que uno que manejaba otro grupo me pidio que lo siga ya que también iban para abajo. 

Finalmente llegué a la entrada de nuevo. Tierra firme. El micro frente a la vereda esperando que mi grupo baje. Les sorprendió verme bajar a mi solo y les conté lo sucedido. No dijeron nada y esperé en un cantero pacientemente por casi una hora. Por fin alguien de los míos había bajado. Era Federico junto con Luciana, una de las coordinadoras. Algo le habia pasado, porque estaba todo colorado y haciendo arcadas. Quizá no soportó el calor. Ni siquiera se dio cuenta que yo estaba ahi. Sin embargo la coordinadora me vio y, aliviada, me dijo que el resto ya estaba bajando. Y enfilaron directo al interior del micro.

Ahora sí me quedaba claro que ellos seguían arriba... Con mucho desánimo, no podía evitar reprocharme cuánto afectaría todo esto mi relación con mis compañeros. Básicamente por mi culpa, estuvieron un total de tres horas ahí arriba, entre la caminata y la búsqueda desesperada que hicieron por encontrarme. Me enteré luego por otras personas que incluso varios se lastimaron ya que me buscaban entre arbustos y piedras. Incluso alguno que otro se hacía la idea, medio en joda y medio en serio, de que me habrían secuestrado...  

Apenas unos minutitos después de Federico, bajó el resto. Todos me iban viendo con malos ojos a medida que pasaban por mi lado; algunos retándome por haberme escapado, supuestamente a propósito. Otros burlándose porque no podia seguir un simple camino recto. Y Robbie, el otro cordinador, me preguntaba con ironía si a mi me gustaba jugar a las escondidas cuando subía por los cerros.

Imposible. Mi autoestima para ese entonces ya estaba hecha pedazos. Ni hablar cuando subí al micro con mi bolsito. Desfilar hasta el fondo de los asientos con los abucheos y las cargadas por mi "hazaña" es algo que no me voy a olvidar nunca...

En ese punto supe perfectamente lo que había provocado: JAMÁS iba a poder recomponer el compañerismo y los pocos lazos de amistad que habia logrado hasta entonces. Sentí que todos me odiaban. El daño era irreversible. Estaba seguro. Mi vida durante el resto del viaje y, posiblemente, durante todo el secundario estaba condenada al fracaso, al aislamiento. No sería incluido jamás en ninguna juntada, ni invitado a ningún cumpleaños. Ni siquiera a hablar unas simples palabras conmigo en el recreo... Lo supe con total seguridad en cuanto lo vivencié: las cosas se veían muy negras para mí en el futuro...

Cuando volvimos al hotel, el resto de la tarde me propuse seriamente en tener la interacción digna de una planta. En la hora de pileta estaba apartado, haciendo la mia, sin hablarle a nadie. La única que se acercó fue Silvia, la madre de Nahuel. Era una de las madres de nuestro curso que se ofreció a acompañar al grupo. Me preguntó, con el mayor todo de seriedad, si entendía perfectamente que lo que pasó en el cerro no podía volver a ocurrir en futuras excursiones. Como un soldadito, le dije todo que sí.

Esa mujer me ponía incómodo cada vez que se acercaba a comentarme algo. Desde lo que había pasado en el Cerro de la Cruz sentía, literalmente, que me observaba como si yo fuera un pelotudo a cuerda. La tipa no me tenía mucha fe, ¿no?

En fin, entre una cosa y otra se hizo la noche. Y tocaba nuestra primera salida bolichera: Molino Rojo, el clásico de Carlos Paz, la cita obligada. Ningun grupo de egresados que se precie de tal podia saltearse semejante experiencia: baile en conjunto, luces, humo, barra con gaseosas, música pegadiza... Todo se prestaba para una gran noche. Eso me devolvió un poco el ánimo: participaba aunque un poco apartado del resto.

Llegando al final de la matiné, suena un tema que reconozco al instante: "Un amigo es una luz", de Martín Galaz (el cantante de Los Enanitos Verdes). Y de repente se escucha una voz en off. Era la voz del boliche que comenzó a decir:

"Y ahora les pedimos que se abracen junto a sus amigos, que se acerquen todos y ¿por qué no? formar una gran ronda entre todos para recordar por siempre esta noche..."

Lo único que me faltaba... ¡Parecía una cargada! Pedirme justo en estos momentos algo así. Una mezcla de enojo y tristeza me invadió de repente. Mientras todos iban poco a poco abrazándose formando una ronda, Juan Manuel y Federico (que eran unos amargos para este tipo de cosas) se fueron inmediatamente a los sillones para regodearse de lo distintos que eran por no hacer lo mismo que los demás.

Ya indignado y sin motivo para seguir con mis compañeros, concluyo que lo mejor que podría hacer era unirme a los amargos en el sillón y así al menos sentirme menos solo... ¿Qué opciones tenia? ¿Soportar el rechazo? ¿Hacerme el amigo de todos cuando claramente no lo merecía?

Me di la vuelta para encarar hacia los sillones, cuando siento que alguien me toca el hombro y me dirige de vuelta hacia la ronda. Era Nicolás, uno de mis compañeros que se destacaba siempre por tener una simpatía con todo el curso por igual. Como un héroe sin capa, me sonrió y me dijo: 

"Ya está Dami, no importa que hoy te perdiste, nosotros somos tus amigos y te queremos igual".

La cara se me llenó de lágrimas instantáneamente. Como un reflejo, agaché la cabeza ocultando mi repentino llanto al mismo tiempo que me refregaba la mano por los ojos. No sé si habrá visto mi reacción entre toda la penumbra, pero me sentí tan aliviado y con tantas emociones fuertes que apenas atiné a decirle un simple "gracias", sonriéndole. Y me sumé con él y todos los demas en la gran ronda que habían armado, abrazados los unos a los otros.

Toda la bruma, toda la desesperanza, el desánimo, los autoreproches, la desesperación por no poder revertir las cosas... Todo eso desapareció en un instante, con esa respuesta. Es increíble cómo a veces basta una simple palabra, una simple frase, para cambiar el destino de una persona...

Así que ya lo sabes, Nicolás: si en algún momento, en alguna parte, llegás a leer esto, creeme que tus palabras aquella noche no sólo fueron sanadoras. También fueron salvadoras. 

Te lo agradezco de por vida.